El recuerdo del Lunes Negro de 1987 permanece vivo en la memoria colectiva del mundo financiero, un día en que los mercados de valores experimentaron un desplome sin precedentes. El 19 de octubre de ese año marcó un hito histórico, con una caída dramática que comenzó en Hong Kong y se propagó rápidamente a través de los mercados europeos y americanos, siguiendo la sucesión de los husos horarios. Ese día, el índice Dow Jones se desplomó 508 puntos, una caída del 22.6%, cerrando en 1739 puntos. Otros mercados alrededor del mundo también sintieron el impacto, con significativas pérdidas en Hong Kong, Australia, Reino Unido, Estados Unidos y Canadá hacia finales del mes.
En una época de incertidumbre económica global, aumentan las especulaciones sobre la posibilidad de experimentar otro colapso similar al Lunes Negro. Factores como las tensiones comerciales entre grandes economías, la inestabilidad política y los efectos residuales de la pandemia de COVID-19 han contribuido a crear un clima de volatilidad en los mercados financieros. A esto se suma la preocupación por el impacto negativo que los aumentos en las tasas de interés, implementados para contrarrestar la inflación, podrían tener en el panorama económico actual. La reducción del poder adquisitivo, junto con una posible disminución en la confianza de los inversionistas, plantea el riesgo de una venta masiva que podría hacer eco del desplome de 1987.
Sin embargo, es importante destacar las lecciones aprendidas y los preparativos llevados a cabo desde entonces para prevenir un desplome de tal magnitud. Tras el Lunes Negro de 1987, se introdujeron medidas de seguridad como los “circuit breakers”, diseñados para detener temporalmente el comercio ante caídas significativas y evitar el pánico, permitiendo a los inversores evaluar la situación. Los reguladores financieros y las instituciones han fortalecido sus sistemas de vigilancia y monitoreo para identificar y mitigar riesgos potenciales de manera oportuna.
Estas precauciones, aunque no garantizan la inmunidad contra futuros desplomes, sí contribuyen a reducir su posible impacto y a gestionar mejor las situaciones de crisis. A medida que el mundo financiero continúa navegando por aguas turbulentas, la combinación de prudencia, preparación y la capacidad para aprender de las experiencias pasadas será esencial para enfrentar los desafíos que puedan surgir.