En las sombras de la Casa Real española, la Reina Letizia y su madre, Paloma Rocasolano, comparten no solo un vínculo madre-hija intrínsecamente fuerte sino también el conocimiento de un secreto familiar que ha permanecido oculto durante veinte años: la existencia de Otilia, la hermana no reconocida de Paloma. A pesar de su perfil bajo, Paloma, con orígenes humildes, se ha convertido en un pilar para la Reina, asumiendo un rol fundamental en la crianza de las herederas al trono, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía. Su proximidad es tal que incluso tiene estancias privadas en el Palacio de Zarzuela, un detalle que resalta la confianza plena que Letizia deposita en su madre.
El rastro de Otilia nos lleva a un capítulo poco conocido de los antepasados de Letizia. Durante los años turbulentos de la Guerra Civil Española, la abuela materna de Letizia, Enriqueta Rodríguez Figueredo, se encontró en Madrid con Francisco Rocasolano, quien se convertiría en su esposo y padre de Paloma y su hermano Francisco. Sin embargo, antes de este enlace, Enriqueta tuvo una hija, Otilia, fruto de un matrimonio previo. Este detalle de la genealogía de Letizia ha sido conservado en secreto, manteniendo a Otilia al margen no solo de la narrativa familiar sino también del conocimiento de muchos cercanos a la realeza.
Esta intrigante figura, Otilia, ha vivido su vida lejos de los focos que constantemente iluminan a la familia real, manteniendo un distanciamiento físico y emocional que ha perpetuado su invisibilidad en la historia de la dinastía. La Reina Letizia, consciente de este capítulo familiar, ha optado, junto con su madre, por preservar la intimidad de esta historia, destacando la difícil gestión del equilibrio entre la vida privada y las obligaciones públicas que conlleva pertenecer a la realeza.
Aunque este asunto se ha llevado con una discreción máxima, la revelación sobre Otilia subraya las complejidades que enfrentan aquellos que viven bajo el constante escrutinio público, especialmente cuando se trata de secretos familiares de larga data. Para Letizia y Paloma, este episodio refuerza la delicada línea que debe navegarse entre sus responsabilidades públicas y el derecho a la privacidad personal, evidenciando una vez más que incluso en las instituciones más vetustas residen historias humanamente complejas y profundamente personales.