El debate sobre la huella de carbono de nuestros vehículos suele centrarse en las emisiones provenientes del tubo de escape y en soluciones como la transición hacia coches eléctricos. No obstante, hay un aspecto esencial que frecuentemente se ignora: el ciclo de vida de los automóviles y sus componentes. Cada motor nuevo fabricado implica un proceso altamente energético que abarca la extracción de materias primas, su procesamiento y el ensamblaje. Reflexionar sobre la posibilidad de reutilizar motores existentes en lugar de producir nuevos puede transformar considerablemente el impacto ambiental de la industria automotriz.
Los desguaces, conocidos oficialmente como Centros Autorizados de Tratamiento (CAT), se presentan como aliados inesperados en la lucha contra el cambio climático. Más allá de ofrecer soluciones económicas para la reparación de vehículos, estos centros actúan como infraestructuras sostenibles que promueven una movilidad más responsable.
Para comprender la huella de carbono de un vehículo, es fundamental tener en cuenta tres fases: la fabricación, el uso y el desguace. La fase de fabricación, conocida como huella «gris», es la más intensiva en carbono, ya que incluye el consumo de energía desde la extracción de metales hasta la fabricación final del automóvil. En cambio, la fase de uso se refiere al consumo de combustible y a las emisiones directas. Finalmente, la fase de desguace determina el impacto residual una vez que el vehículo ha cumplido su vida útil.
El mayor potencial de ahorro de CO₂ está en prolongar la fase de fabricación. Al optar por un motor de desguace en lugar de uno nuevo, eliminamos toda la huella de carbono asociada a su producción. Un motor reutilizado, por tanto, representa una oportunidad significativa para mitigar el gasto energético de procesos industriales complejos.
La economía circular establece una jerarquía de reducción, reutilización y reciclaje, señalando que la reutilización es preferible al reciclaje. Este principio se refleja en la labor de los desguaces, donde, una vez que un vehículo llega al CAT, se revisa el estado de su motor y se decide su viabilidad para ser reutilizado. La energía necesaria para preparar un motor usado es insignificante en comparación con la energía que implica la fabricación de uno nuevo.
El avance tecnológico también ha jugado un papel crucial en la accesibilidad a estas alternativas. Plataformas en línea facilitan la conexión entre compradores y miles de desguaces, multiplicando las oportunidades de reutilización. Por ejemplo, un motor en un desguace en una ciudad puede ser instalado en un vehículo en otra, gracias a la vastedad de la red digital.
Además, al buscar por códigos específicos, se minimizan los transportes innecesarios, reduciendo así la huella de carbono asociada. También es importante la trazabilidad ofrecida por los desguaces certificados, que proveen información esencial sobre el kilometraje y el estado de los motores, garantizando una compra más responsable.
Por lo tanto, en la búsqueda de una movilidad más ecológica, elegir piezas recuperadas puede ser tan crucial como la selección del vehículo. Optar por motores de segunda mano no solo significa un ahorro económico, sino que también se convierte en un acto consciente hacia la sostenibilidad. La próxima vez que se presente una avería, considerar un desguace puede ser la solución más rápida, económica y respetuosa con el medio ambiente.

