Raíces y Transformaciones: La Historia de una Fiesta Local a Través de los Siglos


En el corazón de Murcia, la fiesta de la Romería de la Fuensanta transforma las calles, inundándolas con el aroma a romero y jazmín. Este martes, la ciudad se viste de gala para recibir a su patrona, quien regresa a su santuario en Algezares después de 13 días en la Catedral, marcando el cierre de la Feria de Murcia. Un ritual que, aunque arraigado en la tradición, se encuentra este año envuelto en historias de milagros y preocupaciones ecológicas.

Mientras la vida cotidiana se detiene, una mujer comparte su experiencia personal, afirmando que después de años de espera, ha encontrado la maternidad gracias a las aguas termales cercanas al santuario. Su relato, lleno de emoción, resuena entre los asistentes y alimenta la devoción colectiva en este día en el que lo sagrado y lo cotidiano parecen entrelazarse.

Sin embargo, no todo es pura celebración. En medio de la algarabía, una asociación ecologista levanta la voz en contra de la tala de árboles centenarios en la ruta de la romería, un acto que consideran un atentado a la memoria y el patrimonio de Murcia. El contraste entre la festividad y la preocupación por el medio ambiente se vuelve palpable, reflejando las tensiones que pueden surgir en este tipo de celebraciones.

La Romería de la Fuensanta tiene sus raíces en 1694, un año marcado por la sequía. Los habitantes, desesperados por la falta de agua, decidieron sacar en procesión a la Virgen en busca de lluvia. El fenómeno atmosférico llegó poco después, lo que asoció a la Virgen con la fertilidad de la huerta murciana y, en 1731, se convirtió en la patrona del lugar. Desde su coronación canónica en 1927, esta festividad, que se celebra dos veces al año, ha sellado un vínculo único entre la Virgen y la ciudad.

A medida que la imagen avanza, rodeada de autoridades y fieles que lanzan flores, las laderas se llenan de familias que disfrutan de un día de campo. Para muchos, esta es una jornada que redefine la identidad murciana. Desde un banco, un anciano observa la escena y reflexiona: «Es el día en que Murcia se reconoce a sí misma».

El santuario, una joya del arte barroco, no solo es un lugar de devoción, sino también un foco de disputa. Los ecologistas advierten sobre el riesgo que corre el entorno natural ante la proliferación urbana, mientras que las autoridades locales se comprometen a su protección. Un sacerdote, al bendecir a los peregrinos, enfatiza la necesidad de una convivencia armoniosa entre fe y naturaleza.

Al caer la tarde, la Virgen cruza el umbral de su santuario, recibiendo aplausos y vítores de una multitud emocionada. La tradición ha resistido la prueba del tiempo, pero las inquietudes sobre los retos contemporáneos persisten. La intersección de la fe y el respeto al medio ambiente plantea preguntas sobre el futuro de esta celebración centenaria. Con la vista puesta en el próximo septiembre, Murcia se prepara para seguir escribiendo su historia, en la que el fervor y la polémica continúan coexistiendo.

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