Mayra Gómez Kemp, el nombre resuena con un eco de nostalgia y admiración en los corazones de aquellos que crecieron viéndola brillar en la pantalla chica. Sin embargo, la sonrisa perpetua y la calidez que tanto caracterizaban a esta presentadora cubana ocultaban un trasfondo de profesionalismo y disciplina que pocos llegaron a conocer. Kemp, quien durante años fue el rostro del legendario programa ‘Un, dos, tres…’, guardaba celosamente una serie de tácticas y secretos que le permitían manejar la vorágine del directo con una maestría encomiable.
Lo que trasladaba Kemp más allá de la pantalla no era solo esa cercanía con el espectador, sino el resultado de una meticulosa preparación mental. Cada emisión exigía de Kemp una concentración y una compostura que apenas se insinuaban tras su desempeño impecable, algo que podía sostener gracias a las enseñanzas de Chicho Ibáñez Serrador, el genio detrás del concurso, quien no solo demandaba perfección en el desempeño de sus colaboradores, sino que también impartía lecciones de control y precisión bajo una presión abrumadora.
A Kemp también se le atribuyen innovadoras técnicas de seducción televisiva, especialmente en la fase de la subasta, donde aplicaba un sutil juego psicológico para elevar la tensión y la emoción al máximo. Su habilidad para leer el lenguaje corporal y manipular las expectativas era tal, que transformaba esta sección del programa en un duelo emocional cargado de anticipación.
Sin embargo, no todo era magia y luz en el ‘Un, dos, tres…’. Detrás de los fastuosos premios que el programa prometía, yacía una realidad burocrática y fiscal con la que los ganadores debían lidiar, aspecto sobre el que Kemp tenía plena conciencia pero que debía obviar en aras del espectáculo.
Uno de sus más emblemáticos recursos era la frase “hasta aquí puedo leer”, que se convirtió en un icónico latiguillo pero que, a su vez, fungía como señal de auxilio en momentos de caos. Este recurso demostraba su capacidad para mantener la calma y el control en situaciones límite, siempre bajo la mirada expectante de la audiencia.
Este silencio estratégico que mantuvo a lo largo de su carrera se entendía como una muestra de respeto absoluto tanto hacia el público que la adoraba como hacia el formato que, en sus manos, se convirtió en un hito de la televisión española. Mayra Gómez Kemp no solo presentaba un programa; tejía una conexión auténtica con la audiencia, manteniendo en secreto las herramientas de su oficio que le permitían transformar cada emisión en un momento mágico e inolvidable.
Así, el legado de Mayra Gómez Kemp resuena en la industria no solo por su carisma y empatía, sino por haber elevado el arte de presentar a niveles de maestría, siempre con la premisa de que aquello que permanece oculto es, a veces, tan significativo como lo visible. Su carrera es hoy estudiada y recordada como la de una figura que, en equilibrio perfecto, supo ser tanto cercana como enigmáticamente profesional, dejando una huella imborrable en la historia de la televisión.


