En el norte de España, la región de Asturias celebra con alegría un hito significativo: la inclusión de su cultura sidrera en la lista de Patrimonios Culturales Inmateriales de la Humanidad por la UNESCO. Este reconocimiento no se limita a destacar una bebida tradicional, sino que resalta una rica herencia cultural que forma parte integral de la identidad asturiana, marcada por el cultivo de manzanas y prácticas comunitarias que dan vida a la elaboración y consumo de sidra.
La UNESCO ha subrayado el profundo arraigo de la sidra en la cotidianidad asturiana, desde los fértiles huertos de manzanos hasta las «espichas», esos encuentros sociales donde la sidra fluye generosamente, uniendo a las comunidades en una celebración conjunta. Este proceso no solo contribuye a preservar tradiciones que han perdurado a lo largo de los siglos, sino que también impulsa el desarrollo económico y social en las zonas rurales, estableciendo un círculo virtuoso que fusiona la cultura con la agricultura.
La cultura sidrera es un legado extenso y diverso, evidenciado por la variedad de vocabulario asturiano específico que da cuenta de sus múltiples dimensiones, desde el «espalmar» (fermentar) hasta el «chigre» (sidrería). Este patrimonio lingüístico y cultural ha perdurado en el tiempo, formando parte del ADN de la región.
Con 22 variedades de manzanas amparadas bajo la Denominación de Origen Protegida Sidra de Asturias y una oferta que abarca desde la tradicional sidra escanciada hasta versiones más modernas y burbujeantes, la diversidad de la sidra asturiana es considerable. Dentro de este abanico se encuentran manzanas de distintos grados de acidez y dulzura, cada una aportando un perfil único a la bebida que se produce.
El reconocimiento de la UNESCO es la culminación de años de dedicación para preservar y promover una tradición que se ha transmitido de generación en generación, manteniendo viva una práctica que se remonta a la Edad Media. Asturias se enorgullece de una producción anual que oscila entre los 50 y 55 millones de litros de sidra, y también de ser una comunidad que celebra y disfruta de su rico patrimonio cultural. Villaviciosa, junto a Nava, Siero o Gijón, se erige como el corazón de esta tradición, aunque el espíritu de la sidra se expande por todo el Principado y bien más allá de sus fronteras.
Bajo esta luz de celebración, la sidra asturiana se ha convertido en un embajador cultural en el escenario mundial, ganando reconocimiento y popularidad en países como el Reino Unido, Estados Unidos, Francia y Alemania. Cada vaso que se levanta es un brindis no solo por el éxito de esta bebida, sino también por la rica herencia cultural que la acompaña, un símbolo que sigue uniendo generaciones y comunidades en el disfrute compartido de su historia.