Mantener la vitrocerámica impecable puede parecer un desafío, pero con una sencilla rutina de tres pasos, es posible conservarla como nueva. El uso constante tiende a dejar manchas y residuos, pero con un método adecuado, la limpieza se transforma en un proceso rápido y eficiente.
El primer paso crucial es esperar a que la superficie se enfríe por completo. Limpiar una vitrocerámica caliente no solo es peligroso, sino que también puede dañarla. Una vez fría, se deben retirar los residuos más grandes con una espátula de silicona, la cual es ideal para evitar arañazos.
A continuación, se pasa al segundo paso: la aplicación de un limpiador. Se puede optar por una mezcla de agua caliente y vinagre o un producto específico para vitrocerámicas. Usando un paño suave o una esponja, se aplica esta solución sobre las manchas, frotando suavemente. Es importante evitar estropajos abrasivos para no rayar la superficie.
El último paso es secar y pulir. Tras eliminar la suciedad, se recomienda secar la vitrocerámica con un paño limpio y seco, preferiblemente de microfibra. Este gesto final no solo elimina los residuos que puedan quedar, sino que proporciona el brillo tan deseado.
Siguiendo esta sencilla rutina, mantener la vitrocerámica reluciente y en perfectas condiciones se convierte en una tarea manejable. Esto no solo extiende su vida útil, sino que también embellece la cocina.