El emblemático hotel de El Algarrobico, erguido en el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar en Almería, vuelve a ocupar un lugar central en el debate político español. María Jesús Montero, vicepresidenta primera del Gobierno, ha puesto en marcha un plan para la expropiación de los terrenos donde se levanta esta polémica edificación, marcando así un camino hacia su posible demolición.
Este hecho reactiva la tensión existente entre el gobierno central y la administración andaluza de Juanma Moreno. Además, revive la historia del PSOE y su conexión con este proyecto, que representa un claro contraste con el entorno natural que lo rodea.
La historia del Algarrobico se remonta a 1987, cuando el entonces alcalde socialista de Carboneras, Cristóbal Fernández, permitió la clasificación de los terrenos como urbanizables. A pesar de que las leyes y planes regionales posteriores buscaron proteger la zona, las maniobras administrativas y políticas favorecieron la construcción de un hotel que, en su cúspide, contaría con 21 plantas y 400 habitaciones. En 2002, el apoyo del PSOE se solidificó con una solicitud de fondos públicos para su construcción, lo cual marcó un momento crucial en el respaldo institucional del proyecto, a pesar de las críticas por su posible impacto ambiental.
Desde el inicio de las obras en 2004, la vida del hotel ha estado marcada por una larga batalla legal, llena de denuncias por parte de organizaciones ambientales, órdenes de paralización y una serie de decisiones judiciales que han puesto de manifiesto la complejidad de la situación. Sin embargo, en un giro inesperado, el Tribunal Supremo determinó en 2022 que el hotel no podía ser demolido debido a que su licencia de obras aún estaba vigente, añadiendo otra capa de confusión a un caso que ya era intrincado.
En el contexto actual, mientras Greenpeace lleva su lucha ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, el espectro político se vuelve a activar con la propuesta de expropiación. Esta medida ha sido criticada por el actual gobierno andaluz, que la considera una simple distracción y reclama la nulidad de las licencias otorgadas en su momento.
La saga de El Algarrobico es más que un mero conflicto urbanístico; es un claro indicador de cómo la falta de coherencia en las políticas medioambientales y de planificación puede dejar una huella imborrable en el paisaje y en la percepción colectivas. Con su presencia imponente, el hotel sigue siendo un símbolo de controversia, esperando una resolución que parece tan lejana como al principio de esta intrincada historia.