Las intensas lluvias provocadas recientemente por la borrasca que ha azotado la península han transformado al río Manzanares en un cauce de grandes proporciones, recordando a madrileños y visitantes la significativa historia que envuelve a este río. En su recorrido habitual, el Manzanares suele ser un río discreto, pero ahora se presenta como un imponente afluente, evocando la grandeza de otros ríos europeos y generando asombro entre todos los que lo contemplan.
Este cambio drástico en su caudal ha rescatado de la memoria colectiva un ambicioso proyecto realizado en el pasado: la aspiración de convertir el Manzanares en una vía navegable que uniera Madrid con Lisboa, transformando a la capital en un verdadero «puerto de mar». El Real Canal del Manzanares, concebido en el siglo XVIII bajo el reinado de Carlos III, reflejaba ese sueño, aunque sus raíces se remontan incluso a los tiempos de Felipe II. La idea era llevar una ruta fluvial desde Madrid a Aranjuez y, posteriormente, enlazarla con el río Tajo hasta alcanzar el Atlántico.
Este ambicioso proyecto contemplaba la construcción de diez esclusas a lo largo de un recorrido complicado, caracterizado por un desnivel de 650 metros. Sin embargo, el sueño de una conexión fluvial internacional se limitó a funciones más pragmáticas, como el transporte de materiales de construcción y productos agrícolas. A pesar de las mejoras y los esfuerzos realizados durante los reinados de Fernando VII e Isabel II, el canal nunca logró cumplir con su propósito original.
El avance del ferrocarril a mediados del siglo XIX redirigió el transporte de mercancías y personas, dejándolo en desuso. A medida que la red ferroviaria se expandía, el canal fue relegado a un segundo plano. Para 1860, la viabilidad del proyecto se dio por concluida y las infraestructuras desarrolladas fueron desmanteladas y subastadas.
Recientemente, durante las obras de ampliación de la línea 11 del Metro de Madrid, se han descubierto vestigios del canal, reavivando el interés por este capítulo olvidado de la historia madrileña. Estas estructuras, que datan del siglo XVIII, podrían renacer como parte de un museo en la estación de Madrid Río, sirviendo como un recordatorio de una época en que la ciudad soñó con una conexión marítima que jamás se concretó. Estos hallazgos invitan a la reflexión sobre las ambiciones pasadas de Madrid y su relación con el agua, un elemento que ha definido su desarrollo y su identidad.