En el umbral de una tragedia personal, Curro lucha contra sus propias sombras, marcado por un pasado que le persigue sin tregua. Mientras cumple con sus obligaciones en La Promesa, su mente divaga, asediada por recuerdos de momentos compartidos con su madre. Cada acción, cada orden que ejecuta o sigue, se torna en un acto de autocastigo, reflejo de una culpa que lo consume desde dentro.
El asesinato de Jana, un punto de inflexión en su vida, se aloja en su conciencia como un eco constante. La idea de que, de haber dejado de buscar al culpable, su madre podría seguir viva, lo atormenta día y noche. En medio de este torbellino emocional, encuentra en Ángela un consuelo inesperado, alguien que parece entender su tormento y ofrecerle un refugio en la tormenta.
La creciente intimidad entre ambos no pasa desapercibida para Leocadia, quien, desde las sombras, observa cada interacción, cada mirada compartida en los recovecos de la iglesia. Su presencia, inquietante y constante, amenaza con romper el delicado equilibrio que Curro ha logrado encontrar en su conexión con Ángela.
Además de este conflicto interno, la obsesión de Curro por desentrañar la verdad detrás de la muerte de su hermana Jana se convierte en su cruz personal. La búsqueda incansable de respuestas lo aleja cada vez más de cualquier atisbo de paz, colocándolo en una encrucijada donde abandonar su misión significaría traicionar no solo la memoria de su hermana sino también la de su madre.
Entre la culpa y la pérdida, Curro se encuentra atrapado en una lucha constante por encontrar un sentido de justicia que tal vez nunca llegue a materializarse, cuestionándose si estará condenado a cargas con este dolor eternamente. En su historia, se refleja la complejidad de las emociones humanas, el peso del remordimiento y la búsqueda desesperada de redención.