El reciente discurso de Ursula von der Leyen evidenció una inclinación hacia una narrativa de guerra que, en lugar de inspirar confianza, provoca inquietudes sobre la dirección política que está tomando Europa. La presidenta de la Comisión Europea utilizó un lenguaje que evoca la resistencia militar, presentando a Europa como un continente en constante batalla, mientras quienes toman estas decisiones permanecen en la seguridad de sus despachos, ajenos a las realidades que viven millones de ciudadanos europeos.
Esta retórica bélica se ha convertido en una práctica común en Bruselas. La percepción general es que una élite se aferra al temor de conflictos para mantener su poder, descuidando las necesidades urgentes de una ciudadanía agobiada por la inflación, la precariedad laboral y el acceso limitado a la vivienda. Europa parece atrapada en un ciclo de discursos grandilocuentes que favorecen un aumento en el gasto militar y la dependencia de la industria armamentística, en lugar de fomentar un cambio generacional que promueva la innovación y el talento necesario para competir en un mundo globalizado.
A medida que la burocracia en la región se vuelve más opresiva, las empresas se ven atrapadas en un laberinto de regulaciones que estrangulan su capacidad para innovar y prosperar. Las promesas de simplificación se ven socavadas por la acumulación de directivas y restricciones que no solo frenan a las startups, sino que también desincentivan a grandes fabricantes a invertir en Europa. En contraste, países como Estados Unidos y China enfocan sus esfuerzos en acelerar el desarrollo y la expansión industrial, mientras Europa se enreda en debates sobre regulaciones.
La presidenta mencionó conceptos como la inteligencia artificial soberana y la independencia tecnológica, pero estas aspiraciones carecen de sustancia si los procesos de aprobación son interminables y la inversión privada busca refugio en otros continentes. A pesar de contar con universidades de renombre y un tejido industrial sólido, la falta de un entorno político que facilite la colaboración y la agilidad está debilitando a Europa frente a rivales externos.
El discurso sobre la independencia europea resulta vacío si se fundamenta en una retórica bélica y un exceso de regulación. Para que Europa se convierta en un continente competitivo, debe enfocarse en crear empleo de calidad, atraer inversiones y liderar la innovación tecnológica. Esto no se logrará a través de un discurso de guerra desde despachos protegidos, sino con un marco regulador más flexible y líderes comprometidos a trabajar por el futuro del continente, en lugar de perpetuar su propia permanencia en el poder.