El 2 de agosto de 2003 se convirtió en un capítulo memorable en la historia de la televisión y la política española, cuando los espectadores de Telecinco fueron testigos de un intenso debate entre Julián Muñoz y Jesús Gil, dos personajes emblemáticos y polémicos de la escena política de Marbella. Esta disputa, más allá de ser un mero intercambio de insultos, destapó una serie de acusaciones de corrupción que sacudieron los cimientos de la gestión municipal en Marbella, poniendo de manifiesto graves irregularidades en la administración pública.
Julián Muñoz, quien ascendió desde sus humildes inicios hasta llegar a ser alcalde de Marbella, y Jesús Gil, conocido tanto por su carrera política como por su personalidad extravagante y controvertida, protagonizaron una velada televisiva en «Salsa rosa» que reflejó el nivel de corrupción urbanística y el mal manejo de fondos públicos en la localidad. El episodio es recordado no solo por las acaloradas confrontaciones sino también por la frase de Gil a Muñoz, tachando la oficina municipal de ser una «casa de atracos».
A dos décadas de aquel enfrentamiento, el recuerdo de esta polémica sigue vigente, especialmente con el reciente fallecimiento de Julián Muñoz el 24 de septiembre debido a una insuficiencia respiratoria. Su muerte ha reavivado los debates sobre los profundos problemas de corrupción en la política española y, particularmente, en Marbella, una ciudad que ha luchado por limpiar su imagen tras años de irregularidades administrativas.
Muñoz, cuya vida fue una auténtica montaña rusa de ascensos y caídas, logró captar la atención del público incluso fuera del ámbito político, convirtiéndose en un personaje recurrente en televisión. En sus últimas apariciones, intentó pedir perdón y hacer una autocrítica sobre su pasado, siendo su documental «No es hora de la venganza, es la hora de contar la verdad» un intento de exponer su perspectiva sobre la corrupción en el Ayuntamiento de Marbella.
La vida y carreras de Muñoz y Gil, marcadas por el escándalo televisivo y sus repercusiones penitenciarias, sirven como un recordatorio potente de las consecuencias de la corrupción y la importancia de la integridad y la transparencia en la administración pública. Su legado, aunque controvertido, es un reflejo de las complejidades y desafíos de la política local en España, y continúa siendo un tema de discusión y análisis en la actualidad.